Yo, estoy con ellas.

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Hace 30 años comencé a militar en el movimiento feminista, antes de mí, reconozco, hubo una cantidad de mujeres admirables que lucharon a brazo partido por conquistar el espacio público, el derecho a la educación, al ejercicio profesional, al voto, a ser votadas, a tomar decisiones de manera libre y autónoma. Ninguna de las libertades que hoy tenemos se consiguió sin lucha, sin desgaste emocional, sin compañeras encarceladas, sin monumentos lastimados. Ellas y nosotras volcamos nuestra energía en el espacio público, quizá porque era el más visible, o porque era el que explícitamente se nos negaba, tal vez porque intuíamos que no habría lugar donde esconderse si comenzábamos una guerra. En México, la mayoría de los feminicidios son cometidos por la pareja sentimental, en el espacio oscuro y olvidado de las habitaciones compartidas, dentro del ámbito de lo doméstico, en la tierra de nadie. 

Hoy, contrario a mi política personal, me enfrasqué en una estéril discusión en facebook sobre este tema. Me llamó la atención una afirmación: "el patriarcado no existe, sólo hay mujeres que consienten el abuso y madres que educan a sus hijos e hijas sin respeto", confieso que desearía que fuera tan fácil, entonces sabríamos cómo frenar esta cultura de invisibilización, desprecio y violencia. Pero no lo es... Ojalá supiéramos cómo hablar para que los oídos cerrados se abran, cómo limpiar las ventanas para que las miradas miopes perciban el horizonte, cómo cantar para que nuestro baile se contagie y las conciencias despierten sin necesidad de marchas o pintas o gritos o más muertas.

Sabemos que nos equivocamos, cuando incluso feministas tan respetables como Marta Lamas, a quien admiré profundamente durante muchos años, ataca las protestas de las chicas porque defienden causas que no podían existir cuando Marta comenzó su militancia. Las demandas de las mujeres jóvenes son distintas de las nuestras, también nosotras exigíamos cosas distintas de las que reclamaban las sufragistas, o las que hoy pelean las mujeres indígenas, doblemente marginadas. Hablar de feminismo es anacrónico, según dicen, el problema es que la situación no se ha transformado. Las formas de explotación y menosprecio se refinaron. Existen cientos de sutiles desprecios antes de llegar al feminicidio, el problema es que cuando finalmente nos damos cuenta, es demasiado tarde para correr. 

Ojalá encontremos una mejor forma de que los conceptos lleguen al corazón y a la mente de quienes escuchan. Ojalá podamos transformar a algún macho o a alguna misógina en una buena persona. Confieso que después de exponer mis puntos de vista; explicar una y mil veces los conceptos, las teorías detrás de la condición cultural de la mujer; desde el enojo, desde el llanto, desde la esperanza, desde la empatía; después incluso de haber vivido situaciones de violencia y haber temido por mi vida y la de mis hijos en al menos dos ocasiones, no he convencido a nadie de mi familia que no hubiera estado convencido antes. "Nadie es profeta en su tierra" es la alentadora frase con la que intento explicar que mi mamá siga mandando invitaciones de boda a todos los hombres con el nombre y apellido y a cualquier señora que desee acompañarlos.  ¿De qué manera podemos abrir las mentes y los corazones de quienes han decidido cerrarlos?   Ésta, me parece, es la tarea y el desafío de los feminismos, de todos... Sin desacreditarnos, sin meternos el pie, probando estrategias, hermanándonos con sororidad. 

Desde un feminismo anterior a las redes sociales, al acoso y al feminicidio brindo por mis hermanas que bailan y marchan por las calles. Me solidarizo con su miedo. Siento el mismo coraje y el nudo en la garganta permanente, porque igual que ellas y que todas, aspiro a vivir en un mundo justo para tod@s.  Quizá no sea la estrategia correcta como no lo fueron las que emprendimos antes, pero a fuerza de luchar y tratar, quizá algún día logremos transformar el mundo y convertirlo en un lugar seguro en donde no haya ninguna habitación oscura ni sombras donde ocultar el miedo o necesidad  de sorberse las lágrimas agradeciendo haber sobrevivido

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