La bandera LGBTTIQ más grande del mundo en el Zócalo capitalino

 


La ciudad amanece envuelta en una bruma densa y blanquecina. Un chipi chipi incesante escolta nuestros pasos y nos abraza apenas salimos del metro en la estación Zócalo. La plancha está dispuesta, expectante, ansiosa bajo la lluvia, que por momentos arrecia. Ella, igual que nosotras, será testigo y partícipe de la bandera LGBTTIQ más grande del mundo, o eso dicen… Junto al antiguo Palacio del Ayuntamiento la fila de personas crece, pan dulce, tamales y vasos de café humeante aligeran la espera.                       

—No, yo no sé, sólo llegué primero, pero por si acaso nos formamos. Allá va la fila. —Señala una mujer mayor. 

Esperamos guarecidas bajo los arcos. Las compañeras llegan de una en una, con cara de sueño, de domingo robado, pero así es la chamba… ya lo sabíamos. 

—Yo venía desde antes, desde que nos golpeaban. Entonces las chicas trans sí le entraban a los cocolazos. —Los ojos de Martha brillan, se va lejos, a otros tiempos, a otras marchas…

La primera marcha por el orgullo LGBT,  denominada  “Marcha por el orgullo homosexual”, se llevó a cabo en la Ciudad de México, entonces Distrito Federal, el 29 de junio de 1979 con cuarenta participantes envalentonados por el hartazgo y quizá los tiempos, quienes soportaron los gritos, las burlas y las cosas que llovieron como proyectiles desde los balcones. Vientos de represión, de revoluciones pero también de esperanza, de reivindicación como ellos mismos dijeron. Desde entonces e incluso antes se ha recorrido un arduo camino, se han  ganado y perdido batallas, compañeras, compañeros… El espectro sexo genérico es hoy un vasto universo de posibilidades,  nuestro vocabulario está habitado por nuevos conceptos… 

—¿A qué hora es la marcha? —Pregunta un hombre de mediana edad que carga un bulto sobre la espalda.

—Hoy no es, hoy sólo es lo de la bandera —respondemos.

—Ah, ¿entonces hoy no es? —Mira el celular, aprieta los labios, da dos pasos y regresa. — Yo no soy, sólo pregunto —lo dice rápido y huye antes de que podamos responder. 

Mis compañeros bromean. Sin sorna, dicen, por convivir, confirman. 

—¡Paraguas, diademas!... —Las vendedoras de productos arcoiris se cuelan entre los asistentes. 

Y la llovizna sigue. Lluvia moja bobos la llamaba mi abuelita. Y bobos o no, permanecemos a la espera de indicaciones. Algunas sosteniendo sombrillas, otros resignados, al fin es poca, al fin sólo es un chipi chipi, al fin ya estamos empapados. 

Una voz masculina retumba en los altavoces y las bocinas que rodean la Plaza de la Constitución. 

—Ahí lo tienes, cincuenta y cinco, cincuenta y seis, ahí lo tienes, sí, sí hola… 

—Hola ¿cómo están? —grita la coreógrafa desde el escenario agitando los brazos.

—Bien —responde la multitud 

—¿Ya están listos para el bailongo? Vamos a hacer la bandera más grande del mundooooo…. Estamos esperando que lleguen más gentes, no se muevan de sus lugares para que no se revuelvan los colores. 

—¿No saben la canción? ¡A quién le importa! Pos si es el himno mamacita ¿a poco no se la saben? Sólo vamos a bailar el coro, luego la ponemos toda para deschongarnos a gusto.

Y el viento a ratos enfría, hiela los huesos, pero sólo a ratos. Serán la ropa mojada o el silencio cuajado en la garganta, o todo lo que aún falta por conseguir o tantos muertos formados para hacer la bandera, a ver si así se les hace justicia. “¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo?” resuena en mi cabeza la estrofa como un coro más adecuado para los tiempos que transcurren. 

En México, entre 2017 y 2021 se documentaron al menos cuatrocientos sesenta y un mil muertes violentas de personas LGBTTIQ presuntamente relacionadas con su orientación sexual. En este país en donde no existe un concepto para calificar los transfeminicidios, las mujeres trans tienen siete veces más riesgo de ser asesinadas por razones de odio que las mujeres Cis. 

Llegan parejas, familias, grupos de amigos, amigas, amigues y burócratas acarreados que se reparten entre las filas formadas cual tabla gimnástica sobre la plancha del Zócalo. Trabajadores de la Secretaría de Cultura con chalecos institucionales reparten camisetas  y sombrillas de colores a los asistentes. Ése iba a ser nuestro trabajo, para eso nos trajeron, pero en su lugar, nos dan una cuerda para hacer valla, para acordonar la zona, aunque de todas formas la gente pasa y sale y hace lo que le da la gana. 

—¿Morado, amarillo o verde? 

—Pos la más cerca ¿no? 

—Pero a mí me gusta el verde.

—De este lado les explico la dinámica. —Comenta la que llegó temprano como si lo supiera todo. 

— ¿Me escuchan bien verdad? El baile es muy sencillo… —Anuncia la coreógrafa brincando y bailando.

Carcazas de colores, pantalones bombachos, sonrisas, miradas curiosas, selfies, aretes, pulseras, la ropa de siempre, la que nunca se saca, el look de cada junio… Mientras algunos países del mundo que creíamos “civilizados” se sacuden el arcoiris, las pantallas modernas son HD y  los celulares 4k. No podemos volver al blanco y negro. No queremos…

—A mí me tocó frente al contingente morado.

—Ya tenemos a todo el personal en  piso—dice por radio una oficial de policía mientras cruza la explanada ondeando su impermeable azul rey. 

—El metro venía lentísimo, lo bueno que no cerraron el Zócalo.

Las campanas tañen quedo, tímidas desde una catedral desdibujada, apenas si son audibles, como si quisieran pasar inadvertidas, ¿será que se avergüenzan? Hoy no es momento de llamar a misa, hoy, la dignidad sustituye al fervor. 

En nuestro país, más de quinientas dieciocho mil personas LGBTTIQ mayores de quince años, manifestaron haber sido obligadas a participar en terapias de conversión y 56% de las personas LGBTTIQ no se sienten cómodas revelando su identidad de género en el trabajo según la encuesta de Diversidad y Talento 2018. 

Las campanas tañen quedo, a destiempo, a mí también me daría vergüenza si mi historia fuera la suya. 

—¿Podemos pasar?

—No. La entrada es por 20 de noviembre —señalamos, pero igual brincan la cuerda y pasan. Un papá y su hijo adolescente se dirigen hacia las filas rojas, verdes, amarillas, azules, anaranjadas y moradas. 

Una chica levanta las manos y las agita desesperada  pero Lupe no la ve, se sigue... botas altas de un rojo intenso, pelo rosa y gafas verdes se pierde entre la marea de sombrillas.

—Buenos días, adelante, adelante —y la fila avanza— si pasa ya no sale. 

—Una vez adentro ya no hay salida.

—Si entra ya no puede salir. Pásele, pásele, buenos días, avance, buenos días…

Y la gente pasa, se acomoda, toma fotos, ríe mientras se pone la camiseta y comprueba que la sombrilla se abra y cierre correctamente. 

—¿Y si no llegan? 

—Entonces le entramos pa’ hacer bola. 

—Sí llegan, hubo una convocatoria abierta. A la gente le gusta aunque llueva. Además vienen de otros programas, los de territorio y Barrio Adentro…

Y llegan. Ocupan los lugares previamente marcados. El Zócalo capitalino se convierte en una bandera viva. Ahí, el lugar simbólico de la resistencia, la libertad, la identidad, el júbilo y la rabia, el de los gritos, las protestas y los llantos, se despliegan los colores de la diversidad.  Tomar las calles no es suficiente… Lo importante es la constancia, la persistencia, ir abriendo caminos poco a poco, gota a gota como esta lluvia que no da tregua.

En 1871, durante el mandato de Porfirio Díaz, se despenalizó la homosexualidad en México pero no fue hasta cien años más tarde, en 1971 cuando se creó la primera organización por la defensa de los Derechos Homosexuales “Frente de Liberación Homosexual”. En 2003 se promulgó la Ley Federal para Prevenir y Eliminar la Discriminación, en 2009 se aprobó el matrimonio igualitario en la Ciudad de México, en 2014 algunos estados comenzaron a permitir el cambio de sexo en los documentos oficiales, pero las leyes no bastan… Frenar el odio es una tarea colectiva y permanente. 

—El impermeable, el impermeable, el impermeableeeee

Andar, andares, marchas, carreras contoneos, bamboleos, pasos, oyuelos, sonrisas, guiños, mientras los trabajadores de limpia barren el agua enfundados en impermeables amarillos brillantes. 

—No vino el tamalero

—Igual y no lo dejaron pasar 

—pero si ahí está el de las banderas…

—Hola. Cómo estan? Vamos a ensayar y a las 11:30 empezará el acto protocolario. Vamos a romper un récord, la bandera más grande del mundo

— Como ven mis compañeros acá arriba del escenario tienen banderas de colores. Cierren las sombrillas, pero no las atoren. Producción ¿me pasan una sombrilla? Ciérrenla y luego la vamos a abrir. A ver allá atrás. Cierren la sombrilla. Esos de verde ciérrenla por favor. A ver mamacita, sí tú, la de rojo, cierra tu sombrilla…

Y el delay como un eco contesta desde la bocina más cercana.

—¡Se ve, se siente, la diversidad está presente!

Arriba del escenario el gabinete oficial y la jefa de gobierno visten los colores de la bandera, sonríen, se levantan de su lugar y saludan cuando les nombran. Comienzan los discursos, cortos, concisos, sentidos… “Nos dolemos por las ausencias…” dicen…

Y sí, hoy faltan tantos, tantas, tantes. En nuestro país la expectativa de vida de las mujeres trans no rebasa los treinta y cinco años. Nos faltan Alessa, Vanessa, Nicté, Sharon y muchas que no llegaron a impactar los noticieros, cuyas esquelas se congelaron en la memoria de quienes las conocieron y acaso acompañaron en una lucha que debería ser nuestra, de todas. Nos faltan quienes sucumbieron ante el rechazo, a quienes no pudimos abrazar y amar. En México, más de la mitad de las personas jóvenes LGBTTIQ intentó suicidarse el último año, según la encuesta 2024 sobre la salud mental de las juventudes LGBTTIQ. 

—Señorita muy buenas tardes o días.  Usted disculpe… veo a los policías… a la autoridad —dice un hombre tambaleándose por los efectos del alcohol —¿Qué evento va a haber? ¿O qué?

La jefa de gobierno elogia la diversidad, llama a la paz, menciona el compromiso de la ciudad por la resolución pacífica de los conflictos. Ante los graves acontecimientos de Medio Oriente, nuestro compromiso es por la paz… enfatiza.

Gaza y Palestina serpentean entre las filas de colores, el silencio de la comunidad internacional devora nuestras voces. Nuestro silencio también se alimenta de otros gritos y aquí estamos construyendo la bandera LGBTTIQ más grande del mundo. 

—Silviaaaaa voy al baño

 —¡Respeto y libertad a todos por igual! —Anima el conductor. 

Los integrantes del presidium bajan y se integran a las filas respetando el color de la camiseta que portan. 

—Ahora sí, ahora es cuando. Rojos, arriba paraguas… naranjas…amarillos…verdes…azules y abajo, vuelta, vuelta  … repetimos!!!! —la multitud baila según las indicaciones mientras los drones sobrevuelan la plancha del Zócalo capitalino. Las instrucciones opacan el himno. 

¿A quién le importa lo que yo haga?

¿A quién le importa lo que yo diga?

—No se vaya a pensar otra cosa. Hay una marcha pero todos se cuelan, y está lo de Israel que disque muy incluyente, por eso habrá una anti marcha y es que todo es político, apoco creías que sólo por convivir y está bien el orgullo pero también la rabia y la dignidad y eso de ser sur y pos protestar por el genocidio —comenta un hombre mayor a otro jóven mientras ambos dejan la formación cargando sombrillas moradas.

Yo soy así, y así seguiré, nunca cambiaré

—Grupo de neuróticos anónimos de la diversidad sexual —dice un chico mientras me entrega un folleto con grupos y horarios —si no lo necesita pues compártalo— aclara. 

¿A quién le importa lo que yo haga?

¿A quién le importa lo que yo diga?

Las campanas tañen a las 12:30,  ahogadas por la música  y el sonido lejano de unos tambores. La lluvia arrecia. 

—Con esto queda muy clara la posición de nuestra ciudad por la diversidad y la inclusión, desde el amor, el baile y la fiesta. Ahora sí, escuchemos la canción completa —comenta la coreógrafa, dueña de la escena.

La gente me señala

Me apuntan con el dedo

La fila morada se deshace antes de terminar la estrofa, nos dispersamos, inundamos las escaleras del metro. Apuramos el paso para volver a casa y aprovechar el domingo o lo que queda de él. 

Susurra a mis espaldas

Y a mí me importa un bledo.

Nos quedan tantos temas… El desabasto de medicamentos contra el VIH, la disminución del presupuesto a la salud, los expedientes acumulando polvo en los archivos del CONAPRED, la CNDH incapaz de emitir recomendaciones…

Me mantendré

firme en mis convicciones

reforzaré mis posiciones


Poco a poco se vacía la plancha y se atiborran los vagones del metro.


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