La isla de las mujeres capullo (Parte 1)
La libreta comenzaba con una seductora frase:
"No estoy loca, nunca lo estuve, un día sólo estuve triste y fueron las mujeres que conocí, quienes curaron mi tristeza, tal vez un día el mundo cambie y alguien leyendo estas líneas, entienda que fui encerrada injustamente".
Me pareció, que a pesar de estar escrita en la primera página, había sido realizada después del interior, como una especie de explicación o justificación del contenido, como una nota para algún posible lector. Por un momento, me emocionó la idea de ser esa lectora a quien aquella mujer esperó tanto, quizá, nadie más había leído el contenido y por eso, estaba olvidada en la estantería superior de aquél anticuario, sea como sea, el destino la puso al alcance de mi vista.
Cerré la libreta y me decidí a comprarla costara lo que costara. El anticuario, un viejo agrio y malhumorado la metió en una bolsa y me cobró muchísimo menos de lo que imaginé, pagué de inmediato y salí deprisa temiendo que se arrepintiera. Caminé algunas cuadras hasta llegar a mi departamento, me quité el abrigo, colgué el paraguas y me tumbé en el sillón para leer mi pequeño tesoro.
Aquella libreta por la que pagué tan poco, resultó ser el diario de viaje de Katherine Dumont, mujer francesa, al parecer de la ciudad de Calais, casada con el naturalista Pierre Dumont, ambos, se embarcaron en una travesía que pretendía documentar las especies animales y humanas (si las hubiera) de las islas de la Polinesia Francesa. La fecha y el lugar desde donde salió la embarcación están borrosas, pero asumo que pudieron haber partido de algún puerto del sur de África. Mientras su marido se ilusionaba con nuevas especies animales, ella deseaba descubrir nuevas culturas, formas rituales y cosmovisiones, estaba particularmente interesada en las deidades y la religiosidad de los nativos que encontraran a su paso.
Las primeras hojas de la libreta, relatan el tranquilo viaje interoceánico, algunas discusiones sin importancia, varias comidas en el camarote del capitán y la difícil relación entre los tripulantes franceses y los ingleses, tan diferentes en sus formas y costumbres. Al final de esta primera parte, sólo hay una breve referencia al mal tiempo y su embarazo, al parecer esperado durante mucho tiempo:
"Aunque Pierre no lo admita, sé que está preocupado por el cambio repentino en nuestro clima, la brisa se siente distinta, también el oleaje azota con mayor fuerza nuestra embarcación que cruje como si fuera a desintegrarse en cualquier momento, estamos a merced de la naturaleza y no estoy segura que tenga alguna compasión por nosotros. El capitán ha tomado algunas medidas precautorias, a mí me parece que si realmente se desatara una tormenta, todo eso sería inútil. Tal ha sido nuestro ajetreo que no he encontrado el momento para decirle a Pierre que espero un hijo, al fin el hijo que tanto anhelamos, me preocupa la idea de que nazca en medio de un viaje tan arriesgado, aunque también me conforta el saber que hay niños sanos y felices en todas las latitudes".
La última fecha es el 20 de abril de 1857, la siguiente anotación es hasta 6 años después, el 3 de diciembre de 1863 y comienza así:
"Han cesado los electrochoques, nuevamente me crece el cabello en la sien y el director accedió a devolverme mi cuaderno de notas, quizá piensa que puede ayudarme a volver a la realidad, no se si leer mis notas puede ayudarme o no, sólo quiero escribir mi historia, después, Dios dirá"
No hay más fechas en la libreta, sólo una larga descripción de lo que sucedió después de su última nota, aquí, es donde comenzaré a relatar lo ocurrido con mis propias palabras, sin falsear por ello el relato de Katherine.
Al parecer, tal y como todos temían, se desató una feroz tormenta que hizo naufragar el navío. El mar embravecido no tuvo piedad de la tripulación. Katherine sobrevivió sostenida de uno de los mástiles, en vano gritó el nombre de Pierre, del capitán, de la tripulación. Al día siguiente del naufragio, escuchó voces lejanas, imaginó que ellos también pudieron oír sus gritos, incapaces de acudir en su auxilio. Después, silencio y sol. Tres días permaneció en el mar a merced del viento y los rayos inclementes del astro.
Asida a un pedazo de mástil, flotó a la deriva, no supo por qué no se soltó, escribió que su voluntad de vivir nunca fue tal, por el contrario, según su propio relato, decidió morir en cuanto abrió los ojos, quiso dejar libre aquél madero y hundirse para siempre en las profundidades del abismo, sin pensar en el hijo, ni en Pierre, ni en el futuro, sumergirse serena y abandonar para siempre aquel cuerpo enrojecido y ampollado, sin embargo, sus brazos, incapaces de responder, no se movieron. (continuará...)
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