Con la lluvia en la memoria
A veces, los eventos se pueden
concatenar y unir como si fueran los puntos numerados de un probable dibujo. La
lluvia se articula en mi memoria a través del tiempo y el espacio hasta formar
un fantasma de luminosos puntos que une mi historia a la de la geografía que he
recorrido.
D.F. 197… y tantos. Mi hermano y
yo observamos tras el cristal de la ventana en casa de mi abuelita, palpamos la
humedad, nos miramos impacientes y aguardamos hasta que poco a poco el patio se
inunda, entonces sucede lo más increíble que hayamos visto, aquello que nos
hace amar las tardes de lluvia y emocionarnos con el tronar del cielo. Las
gotas caen sobre el cemento encharcado haciendo saltar el agua que forma
maravillosos patitos transparentes. Primero son pocos, a medida que la lluvia
arrecia se van formando cientos de ellos. Los patitos danzan, nacen y mueren en
un baile misterioso cuyo recuerdo aún hoy me fascina. Mi hermano y yo,
obedientes, sólo observamos, aún no nos atrevemos a romper las reglas pero
ganas no nos faltan para unirnos a sus graznidos bajo la lluvia…
Tampico, otra vez los 70. No
podemos ir a la playa, mis papás lo prometieron pero el cielo está gris y el
viento sopla cada vez con más fuerza. Tratamos de observar la calle desde el
segundo piso de nuestro departamento. Mi hermano y yo nos paramos de puntitas
aferrando las yemas de los dedos al borde de la ventana pero no importa cuánto
lo intentemos, sólo se ven las palmeras. El viento arrecia. Oigo decir a mi
mamá que parece un “Tornado”, la palabra da vueltas en mi mente e imagino a un
toro corriendo desbocado, la imagen me da miedo. Chucho y yo escuchamos el
ulular del viento cuando pasa por los cables de la luz, las palmeras se mecen
como si un gigante las estuviera jalando, ahora las gotas de lluvia golpean con
fuerza el cristal de la ventana. Tenemos miedo, no quisiéramos estar fuera pero
tampoco dejar de ver para estar ahí cuando alguna palmera vuele sin rumbo por
los aires.
Mexicali 198… y algo. Anoche nos
acostamos tarde observando el cielo, hubo lluvia de relámpagos en la rumorosa.
Mis hermanos y yo nos tiramos sobre el pasto hasta que no pudimos soportar los
piquetes de los moscos. Los relámpagos tejieron hermosas telarañas de luz,
mudos garabatos de caprichosas formas, el calor se hizo menos denso, casi
soportable. Hoy amaneció nublado, aunque no por ello menos caliente. Chucho y
yo desayunamos pendientes de la ventana hasta que por fin la vemos. Una
diminuta gota se estrella en el pavimento del patio, nos quedamos quietos
observando su marca, algo incrédulos, luego cae otra y otra y otra que dejan
sus marcas aquí y allá, aunque pronto se evaporan consumidas por el sol pero
sigue lloviendo. Chucho y yo nos miramos, escuchamos que mamá llama a la
escuela, está lloviendo, cruzamos los dedos para que no haya clases, la
confirmación llega y en cuanto mi mamá nos da la noticia aventamos los zapatos
y corremos al patio para alcanzar alguna gota antes que se evapore.
Veracruz. Fines de los 80. La
lluvia cae a cántaros, la calle está inundada, por la pendiente de mi calle
bajan ríos de lodo, hojas y flores. La lluvia se siente tibia sobre el cuerpo.
Mis amigos y yo tuvimos que dejar la playa y el mar embravecido. Cuando llueve,
el mar se revuelve y trae plastas de chapopote, algas y troncos. Mis amigos y
yo caminamos divertidos entre los charcos, nos alejamos del mar pero aún no
queremos volver a casa, así que nos recostamos en la banqueta y abrimos la boca
para probar la lluvia mientras el agua que baja con toda la suciedad de la
calle se nos mete en el cuerpo.
Guadalajara. 1990. Mi mamá
conduce deprisa. Tengo examen en algunos minutos y la ciudad está hecha un caos
a causa de la lluvia. Resulta imposible ver a través del vidrio, los pobres
limpiadores vuelan de un lado a otro del cristal inútilmente. Vamos a vuelta de
rueda sobre López Mateos mientras intento memorizar las últimas lecciones. Un
ruido estridente nos desconcierta, como si algo muy pesado hubiera caído sobre
el pavimento. Nos bajamos del carro igual que mucha gente a nuestro alrededor.
Parece un entorno de película, frente a nosotras se alzan chorros de agua con
una presión increíble que emanan de las coladeras como si fueran géisers. Las
tapaderas de metal vuelan por los aires y caen estrepitosamente sobre el
pavimento. Miro el reloj, de cualquier forma ya perdí el examen.
Bawinokachi. 1993. Me da miedo la
lluvia entre los pinos, sobre todo escuchar los truenos, nunca aprendí a
identificar si están lo suficientemente cerca, pero sé que caminar en el bosque
no es muy seguro cuando el cielo truena. Camino deprisa, no quiero detenerme,
espero llegar a algún claro, encontrar alguna casa para guarecerme. La lluvia
comenzó de pronto, me sorprendió volviendo de casa de Chabelita, ellas me lo
dijeron pero no les creí. Pero qué sé yo sobre la lluvia, ellas lo saben todo,
si la luna entra seca o entra con agua, si va a durar mucho o poco, agradezco que sea la lluvia de verano y no el
aguanieve que te congela el cuerpo a mediados de febrero. Hace frío y estoy
empapada, me gusta la sensación de la ropa mojada aunque las naguas pesen y el
olor a tierra mojada y pino. Si no fuera por los rayos me sentaría sobre un
tronco para mirar la niebla tragarse la serranía.
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