La Oveja Eléctrica: Ocho años de ciencia a la mexicana

La Oveja Eléctrica
Ocho años de ciencia a la mexicana

La cita es en el museo Carrillo Gil, en  medio del caos vial de Avenida Revolución la tarde de un día lluvioso. El recinto pequeño acondicionado para la transmisión en vivo, congrega a un séquito de hombres y mujeres sonrientes, no se trata de una ceremonia solemne, no se siente como uno de esos actos académicos de protocolo, todos estamos ahí con gusto, se trata más bien de una reunión de entrañables camaradas unidos ya sea por la pasión a la ciencia o la admiración por alguno de sus protagonistas. La tarde, poco a poco se viste de palabras. El motivo: los ocho años al aire del programa La Oveja Eléctrica cuya consigna fue desde el principio, la divulgación científica en un país que no siente especial inclinación por ella. En el panel están Gerardo Herrera, investigador del politécnico nacional, Miguel Alcubierre, físico e investigador de la UNAM, Sandra Lorenzano, escritora y conductora de Rompeviento Televisión y Pepe Gordon, escritor y conductor de La Oveja Eléctrica durante estos ocho años de transmisión y supervivencia.

El acto comienza con la proyección en las pantallas de unas mañanitas entonadas por Pedro Infante, Jorge Negrete y Fernando Rivera Calderón en una transgresión del tiempo y el espacio, que desdibuja las fronteras entre la vida y la muerte, lo clásico y lo alternativo marcando la pauta y el rumbo de la presentación.

La Oveja eléctrica no es sólo un programa mexicano de divulgación, promoción y difusión científica, es un espacio que ha sido creado para tender puentes entre el pensamiento científico y el pensamiento poético, un proyecto que contra viento y marea se ha apropiado de un lugar privilegiado en la televisión mexicana, en la televisión pública, abierta y democrática. Con formato de programa de revista, presenta una serie de entrevistas a personajes clave de la vida científica e intelectual de nuestro país y del mundo, mediante charlas desenfadadas nos presenta las maravillas del universo que nos circunda, del que se abre paso desde los confines del corazón humano hasta aquel que más allá de las estrellas nos brinda nuevos y maravillosos horizontes. Da cuenta más que del quehacer científico y sus descubrimientos, del quehacer humano y su incansable búsqueda de sentido, da fe y certifica el acto primero e ineludible de existir.

Miguel Alcubierre señala que la ciencia lo atrapó cuando de pequeño vio el programa Cosmos de Carl Sagan, hay un murmullo quedo entre la concurrencia, es posible que todos estemos aquí por la misma razón, para encontrar de nuevo en los ecos de nuestra infancia aquella sensación de asombro ante la inmensidad de un universo en continua evolución. Cosmos, sin duda, fue el primero de muchos programas de divulgación científica, hoy existen canales dedicados de manera más o menos seria a difundir los resultados de la investigación científica, sin embargo, La Oveja Eléctrica sólo pudo haber sido creada en México, es “ciencia a la mexicana” en el mejor de los sentidos. ¿Dónde más puede pensarse que la ciencia y la literatura comparten el mismo material genético, si no en un país que es en sí mismo fruto de la imaginación literaria de liberales y conservadores?

 Sólo un pueblo que surgió como nación a partir de la ficción, puede encontrar la clave para unir en un todo armónico las dos realidades en las que deviene el ser. La Oveja Eléctrica dice en voz alta lo que los mexicanos hemos sabido siempre: que la ciencia y la literatura comparten el mismo origen, ambas se gestan a partir de la pregunta del hombre acerca de sí mismo, ambas navegan en las profundidades de la realidad humana interna o externa y no poseen sino el lenguaje con toda su magia y ambigüedad para explicar sus hallazgos, ambas crean realidades a partir de la ficción poética del espacio en el que existen.

En latinoamérica difundir la ciencia es narrarla a partir de la experiencia cotidiana, vincularla al inconsciente colectivo, desacralizarla para que devenga en cotidiana búsqueda de sentido, en respuesta natural a cualquier pregunta, difundirla es enlazarla al lenguaje para que poco a poco se injerte en los dichos y refranes, en las anécdotas y las analogías, para que pase de boca en boca y conserve el sentido de oralidad necesario para volverse saber habitual. En otras latitudes, la ciencia se ha valido de lo fantástico o lo exagerado para impactar en un público ávido de héroes y súper poderes; en México, era necesario que alguien encontrara la clave de nuestro interés, a nosotros nos cautivan la palabra, los formatos oníricos, las voces suaves, las charlas de sobremesa.

Es muy interesante observar cómo un formato tan simple y minimalista ha podido traspasar el cerco intergeneracional y atrapar lo mismo al niño de primaria que al intelectual adulto de cualquier disciplina. Somos un país literario, que nada tiene que ver con si leemos o no, la visión poética está en nosotros como una marca identitaria, es parte de nuestro ADN, ser mexicano e incluso latinoamericano significa tener una percepción de la realidad integrada, lo real y lo fantástico, lo poético y lo científico, la religioso y lo mágico, lo sagrado y lo profano, lo público y lo privado, lo político, económico, social, laboral se entrelazan con la palabra en todas sus formas y dimensiones, somos un país en donde las fronteras cognitivas se desdibujan y al final todo, absolutamente todo, converge en la palabra a guisa de refrán, chiste, discurso, dicho, colaboración intelectual, comentario en el asiento trasero de un taxi, en el pesero, en el metro, en nuestras clásicas y plurales sobremesas.

En México se lee poco, millones aún no tienen acceso a la educación, hay muy pocas vocaciones científicas… sin embargo, el mayor problema es que no nos creemos capaces de proponer soluciones aún cuando las tengamos. Nos hace falta confiar en nuestra intuición, en que la nuestra es una manera bastante válida de hacer las cosas y escudriñar la realidad desde ángulos que quizá sólo pueden ocurrírsenos a nosotros, precisamente por estar parados en la intersección entre la ciencia y la poesía. Todos los científicos mexicanos han hecho asombrosas contribuciones a la ciencia a nivel internacional ya sea vinculados a los equipos internacionales en las instalaciones súper tecnológicas de los países del primer mundo o en los modestos laboratorios súper eficientes de las universidades públicas. La Oveja Eléctrica cumple también otro propósito que probablemente nunca estuvo enunciado en el planteamiento inicial: nos proyecta la imagen real de nuestras propias capacidades, entendemos la ciencia, nos damos cuenta de que hay mexicanos a la altura de los mejores científicos del mundo y de que todos llevamos un poco de científicos y poetas.
Pepe Gordon hace referencia a la capacidad de los robots de soñar con ovejas eléctricas, las ovejas eléctricas en tanto también robots, tienen a su vez la capacidad de tener sus propios sueños. Todos somos ovejas eléctricas y para Pepe Gordon las ovejas eléctricas congregadas en torno a la emoción científica y literaria esta tarde de lluvia, tenemos al menos seis sueños:

  • Soñamos con llegar a obtener un conocimiento pleno del universo
  • Soñamos con un país en donde la ciencia se celebre y se invierta en la investigación científica
  • Soñamos con ganarle a Croacia lo mismo en el Mundial que en el presupuesto destinado a la investigación científica
  • Soñamos con desarrollar la imaginación para proponer soluciones a la altura de las necesidades de nuestra sociedad
  • Soñamos con una educación que mantenga la capacidad de asombro
  • Soñamos con un diálogo permanente entre ciencia y arte.

Y, yo, tras esta auténtica fiesta de la palabra y el pensamiento, diría que también soñamos con muchas más temporadas de La Oveja Eléctrica

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