Nacer en algún lugar

Rosa se colgó del tronco con fuerza, apretando los labios pujó por algunos segundos, después, se dejó caer con cuidado sobre el atado de cobijas dispuestas bajo sus nalgas, en el piso de tierra. Tenía el rostro empapado en sudor y las manos temblorosas. Respiró profundo mientras su mamá le limpiaba la cara con un trapo tibio. Chabelita, entre tanto, enrolló el rebozo y se  lo ató con fuerza a la altura de las costillas, justo donde empezaba la protuberancia de la panza. Rosa no pudo contener la mueca de dolor, se incorporó e instintivamente acarició su barriga.

- Falta poco -la tranquilizó Chabelita que había vuelto junto al calentón para mover el te de orégano.
- No pujes de más -ordenó la madre con la misma voz grave con que se regaña a una criatura desobediente.
- Es que me duele -replicó Rosa
- ¿Pues qué creías, escuincla? -la reprendió Chabelita- Pero nomás es así el primero, después te acostumbras.
- ¿Y Pedro? -dijo Rosa, tratando de ver por la ventana, tarea imposible desde el rincón del piso en el que estaba recostada.
- Afuera, con Agustín. Ya trajo la leña. 
- ¿Por qué no pasa?
- Pa qué va a pasar. Esto es cosa de mujeres. Pero ya no hables, mejor guarda tus fuerzas pa traer a ese chito al mundo.
Rosa, nuevamente se dejó caer sin fuerza sobre el piso, descansando entre una contracción y otra, resollando despacio como si la vida le fuera en ello, mientras las manos de su madre la confortaban sobándole la espalda, despacio pero firme, igual que lo hizo con ella su madre y todas las madres antes que ella. Dio algunos sorbos al te de orégano, había perdido la cuenta de cuántas tazas se bebió desde que inició el trabajo de parto, pero sí pudo sentir cómo con cada una de ellas, las contracciones se hacía más seguidas y de mayor intensidad.
Una nueva contracción, ahora más fuerte, la hizo colgarse del tronco, con la cara morada por el esfuerzo y la respiración contenida en un pujido contante.
- Así es- ya viene la cabeza -dijo Chabelita  con las manos metidas hasta los codos debajo de la enagua de Rosa
- Puja fuerte que ya es lo último- susurró Carmela en su oído, apretando y bajando  cada vez más el rebozo  como quien exprime un tubo de pasta.

Finalmente un leve quejido inundó el aire cálido y enrarecido de la habitación, un recién nacido amoratado y ensangrentado asomó al mundo desde las naguas mojadas y arrugadas de Rosa, quien se dejó caer sobre las cobijas sin siquiera mirarlo. Chabelita se apresuró a cubrirlo con un rebozo desteñido sin quitarle ni la sangre ni el cebo blanco del cuerpo, así, arropado y sucio permanecerá por tres días, antes no es prudente bañarlo, sólo alimentarlo al pecho de su madre, quien a partir de este momento y hasta que tenga dos años por lo menos, lo llevará cargado en la espalda, enredado como ahora en un rebozo, así, la acompañará a lavar al río, a partir leña, a traer agua para las labores diarias, a pizcar, sembrar y desyerbar.

Después de un rato, el cordón violáceo se tornó blanco y dejó de palpitar. Rosa pujó una última vez y una masa viscosa y hedionda se desparramó sobre las cobijas y la tierra del piso, sólo entonces, Chabelita tomó el cuchillo previamente quemado sobre las llamas del calentón y cortó hábilmente el cordón, separando para siempre del cuerpo materno a Marcial quien, como si lo intuyera, rompió en llanto en medio de la noche. Chabelita envolvió la placenta en cobijas y se la entregó al papá para enterrarla cerca de la casa, lo suficientemente profunda para que ni los perros ni las gallinas puedan desenterrarla, con esto, el destino de Marcial quedará unido al de su pueblo, será un rarámuri completo porque su cordón, como el de todos sus ancestros estará enterrado en su tierra, creando raíces profundas, inquebrantables, ahora sí, no importa que migre, que estudie, que se case con alguien de fuera, siempre será rarámuri y pertenecerá a esta tierra, a esta cultura y su
lucha ancestral por sobrevivir.  

Comentarios

Entradas populares