Cuando muere un poeta

Despertar con la muerte de un poeta es asistir a un devastador desastre. El día se siente menos pleno, el sol calienta poco, la lluvia nos moja a pesar de los paraguas, como si las lágrimas de todo un pueblo se nos pegaran despacio, despiadadas sobre el cuerpo. Así, cada poeta que se calla, en ese para siempre en que se pierden los pasos, nos deja un poco mudos. Amé a Benedetti, un amor platónico por supuesto, él era ya un viejo y yo una adolescente de 16 años  que encontró en sus palabras, la fuerza para dejar el hogar e intentar cambiar al mundo.

El primer libro que llegó a mis manos (préstamo de un amigo) fue Geografías. Jamás imaginé tanto dolor en el exilio. Aún me despierto sudando , ante la mirada de aquellos ojos fríos, sin alma, del torturador que viola a la hija de su exnovia; Julius y James me ladran detrás de las puertas cerradas de la memoria. Benedetti, abrió una grieta en la conciencia, en la tranquila comodidad de mi vida de entonces; las palabras dejaron de ser sólo sonidos, se volvieron puños para defender la justicia. En ese momento, calladamente y sin decirle a nadie, me decidí a "ser voz de quienes no la tienen", por eso me fui a la Sierra. Él, ese hombre que nunca imaginó siquiera mi existencia, cambió para siempre mi vida, me hizo creer en utopías, luchar por construirlas.

Después llegó a mis manos Primavera con una esquina rota: había tantas esquinas rotas en mi mundo  que la comodidad comenzó a parecerme un insulto. Después vinieron otros,  tantos otros: Eduardo Galeano, Leonardo Boff, el propio Che, además de películas como Romero y La Misión. Yo ya era otra cuando Martín Baró fue reprimido y muerto o cuando cayó el Muro de Berlín, tal vez por eso no me hundí tan pronto en el desgano posmoderno.

¿Cómo agradecerle por la escritura, por el destino que su lectura construyó para mí? Nadie sabe las batallas que habrán de ganar sus letras, tampoco él supo. ¿Cómo iba a imaginar Benedetti que habría de cambiar mi vida para siempre? Su muerte me parece peor que el calentamiento global o el deshielo de los polos. Sé que en su escritura sigue vivo, pero también, irremediablemente que con él muere una época. ¡Que terrible acostumbrarnos al desánimo, a la injusticia! Benedetti nos enseñó el camino de la esperanza y la lucha. Hoy nos cercena los sueños y el dolor se vuelve insoportable. De alguna manera que no comprendo aún, su corazón, latiendo débil a la distancia, me inspiraba a seguir con esos sueños, lo certifica el inventario de poemas, siempre junto a mi cabecera.

¿Y ahora qué? ¿Será que se equivocó y la vida es sólo esto, esta angustia por tenerlo todo a costa de cualquiera? Desearía que se murieran las bolsas y los accionistas, el hambre y las torturas, la violencia y los políticos; pero no los poetas ni las utopías.

Imposible pensarme sin la referencia obligada a Benedetti y la historia que su palabra me ayudó a construir. Gracias, donde quiera que el mensaje le llegue.

Publicado en EL FINANCIERO mayo de 2009

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